vividos, viajados o sencillamente imaginados






jueves, 28 de mayo de 2009

el abismo

Dicen que tuvieron más de un encuentro y aún más de un encontronazo. Ellos, Eugenio d' Ors y Santiago Rusiñol. Dos caras unidas por el canto como Jano, pero sin la esperanza del infinito que siempre les queda a las paralelas. El hedonismo de Rusiñol simplemente se ha hecho proverbio. No sucede así con el insondable fondo mediterráneo de d'Ors, invisible bajo las complacientes olas de la tradición clásica.
Por eso, sin yo saber demasiado, estoy con el señor Umbral "como un romántico, un barroco y un dionisíaco: ahí está el verdadero d'Ors, con perdón de la familia. Fue noucentiste y clasicista por afán de magisterio y unidad, pero tenía su daimon, como Sócrates y Goethe, a los que tanto admiraba".
Aunque las palabras de don Eugenio sirvan por sí solas para convencerme de ello.
(Con Santiago Rusiñol vuelvo otro día)





"Por lo que a mí toca, fiel servidor que me digo de la razón, oso proclamar mi respeto por las heroicas violencias de la pasión. Mi respeto pánico, a la vez imbuido de terrores y de amor. Cuando huyo del delirio, cuando me aparto del pino belvedere, es por miedo al vértigo; es decir, porque, secretamente, me atrae el abismo demasiado. Tal vez he nacido para este abismo: así, para no caer en él, no tengo otro recurso que alejarme y tentar con el pie, para renuevo de mi seguridad, la tierra firme, la dura roca que, sustentándome, me defiende contra mí mismo. Con el tiempo, no obstante, espero alcanzar el poder de copiar la inteligente y voluptuosa lección de Ulises. Y que no me será ya necesario taparme con cera los oídos, como el vulgo de los remeros. Y que me bastará amarrarme sólidamente al mástil y, el oído libre, la curiosidad desvelada, complacerme sin riesgo allí en el canto de las sirenas".

Eugenio d'Ors, Lo barroco

viernes, 22 de mayo de 2009

eterna

Ya me gustaría que esta clarividencia sobre la ciudad, la polis, la tuviese algún gobernante de los de ahora. Uno, con sólo uno me consuelo.



"Construir es colaborar con la tierra, imprimir una marca humana en un paisaje que se modificará así para siempre; es también contribuir a ese lento cambio que constituye la vida de las ciudades. Cuántos afanes para encontrar el emplazamiento exacto de un puente o una fontana, para dar a una ruta de montaña la curva más económica que será al mismo tiempo la más pura...

Pero toda creación humana que aspire a la eternidad debe adaptarse al ritmo cambiante de los grandes objetos naturales...vendrán otras Romas cuya fisonomía me cuesta concebir, pero que habré contribuido a formar.

...Roma debería escapar a su cuerpo de piedra... Roma se perpetuaría en la más insignificante ciudad donde los magistrados se esforzaran por verificar las pesas y medidas de los comerciantes, barrer e iluminar las calles, oponerse al desorden, a la incuria, al miedo, a la injusticia, y volver a interpretar razonablemente las leyes. Y sólo perecería con la última ciudad de los hombres".

Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano

sábado, 16 de mayo de 2009

el dorado



El mito estaba cerca, en tierra extrema, hacia el oeste. Trujillo, dueña de un oro que se hizo piedra, el único oro que quedó del sueño conquistador.





"El sol desciende lentamente. Poco a poco, al obscurecerse el día, todo se ambarina, la iglesia, los pajaros; los nidos son bermejos; los tejados de la pequeña ciudad se impregnan de un oro fluido.



Deliciosas, destacan, sobre la pared color crema, siluetas desconocidas que la luz desfalleciente orla con un nada de claridad.






Miran por encima de Trujillo, en el poniente, las ruinas de un viejo castillo que las cigüeñas llenan de un rumor melancólico y monótono, y parecen respirar el silencio lleno de oro de la ciudad como se huele el perfume exasperado de una bella rosa de té, buchada de claridades".



Eugenio Demolder, España en auto

domingo, 10 de mayo de 2009

pop español

Así nos anunciamos.
Citando al mismísimo Toro de Osborne.
Dejando las sopas de Warhol sosas.

"Ya queda lejos Aranjuez y aún marchamos protegidos por el toldo de los enormes árboles que bordean el camino y entrelazan sus bien repletas ramas, sin que el sol consiga traspasarlas.
-Si sí, ya verá usted dentro de un kilómetro, que se termina la calle de árboles y no hay uno hasta Villaconejos -informa con grandes risotadas uno de los carreteros. (...)

¿Y la torre de la iglesia, dónde está? El que quiera saber lo que es descubrir a América, que se vaya en carro a Villaconejos. Desde que salimos de Aranjuez, no nos hemos encontrado un alma viviente: tierra, tierra...

De pronto, a lo lejos, una nubecilla de polvo(...) La Corsaria viene guiando el brioso caballo que arrastra el tílburo de don Blas, muy guapa, vamos al decir, muy tranquila, con gesto de duquesa que recorre sus tierras antes de almorzar.
-¿Que tal, Corsaria, cómo es el ganado?
-No lo sé, no lo he visto, un toro con dos pitones, digo yo que será.
-No le pongas motes, vamos a dejarlo en becerro.
-Lo que salga, yo mato lo que salga, que a eso he venido.
-Así me gustan a mí las mujeres, que no se asustan de ná".

Antonio Díaz-Cañabate, Una viajata en carro

lunes, 4 de mayo de 2009

dos impares

"Huye la noche con perezosos pies, tropezando y cayendo como un beodo, al ver la lumbre del sol que se despierta y monta en el carro de Titán. (...)

La tierra es a la vez cuna y sepultura de la naturaleza y su seno educa y nutre hijos de varia condición pero ninguno tan falto de virtud que no de aliento o remedio o solaz al hombre.

Extrañas son las virtudes que derramó la pródiga mano de la naturaleza, en piedras, plantas y yerbas. No hay ser inútil sobre la tierra, por vil y despreciable que parezca. Por el contrario, el ser más noble, si se emplea con mal fin, es dañino y abominable. El bien mismo se trueca en mal y el valor en vicio, cuando no sirve a un fin virtuoso.

En esta flor que nace duermen escondidos a la vez medicina y veneno: los dos nacen del mismo origen, y su olor comunica deleite y vida a los sentidos, pero si se aplica al labio, esa misma flor tan aromosa mata el sentido. Así es el alma humana; dos monarcas imperan en ella, uno la humildad, otro la pasión; cuando ésta predomina, un gusano roedor consume la planta".


William Shakespeare, Romeo y Julieta






Preferencias del pasado, casi infantiles. Tengo mi Julieta, aquella Olivia Hussey de Franco Zefirelli. Menos probable tal vez, hay un Romeo, Toni Isbert de teatro por la tele (no voy a comprobarlo, me limito a evocar cómo lo vi con ojos de niña). Nunca he pretendido enlazarlos más allá de mis recuerdos. Por si resultan una pareja imposible.