vividos, viajados o sencillamente imaginados






miércoles, 24 de febrero de 2010

hombre ilustre

Conozco otra clase de bel ami. No es el trepa que se hace entre mujeres para llegar a donde quiere llegar, que se pasa de largo (y por lo visto nunca de listo).
Este otro bel ami sabe que al fin su fin no se halla en el panteón de hombres ilustres, donde inevitablemente se es más muerto que ilustre.
Este otro bel ami sabe que se puede estar entre mujeres sin mentiras, sólo con el recurso de su propia fuerza. La pasta de la que está hecho no es la pasta de ese club del dinero en el que si le admitiesen se negaría a entrar. Es de Groucho, no de Marx. Es ilustre. Sigue vivo.


"Vos, cuyo talento está por encima del vulgo; vos, que escribís, que aleccionáis, que aconsejáis; vos que dirigís al pueblo, tenéis una hermosa misión que cumplir y un hermoso ejemplo que dar".(...) El obispo había terminado su plática.

(...) Por su piel corría ese frío estremecimiento que dan las grandes dichas. No veía a nadie. No pensaba más que en sí mismo. (...) El pueblo de París lo contemplaba y lo envidiaba. Luego, alzando los ojos, vio a distancia, al otro lado de la plaza de la Concordia, la cámara de los diputados. (...) Lentamente bajó los peldaños de la alta escalinata, entre dos filas de espectadores. Pero él no los veía. Su pensamiento volvía atrás, y ante sus ojos, deslumbrados por el resplandor del sol, flotaba la imagen de la señora de Marelle, arreglándose ante el espejo los ricillos de las sienes, que siempre tenía alborotados al salir de la cama".

Guy de Maupassant, Bel Ami

jueves, 18 de febrero de 2010

efeméride





Efímera, supongo. Cuando no se ve la calle, porque no se pisa, son los pasos del tiempo los que se pierden. Como en la tierra de los efímeros, donde la relatividad no se teoriza. ¿En qué estación apareceré de nuevo? Que no sea en un intercambiador: mejor un apeadero. He de anticipar la primavera, estar de vuelta antes de lo que esperas.





"-¡Qué hermoso campo! -comenté-.
La prendí por la cintura, porque la hermosura de la Naturaleza es la mejor aliada. (...)
-¿Te has fijado en los árboles?




Aquello era un juego continuo, frenético; se cubrían como en un incendio de hojas verdes, nos aturdían musicalmente los pájaros. Veíamos las explosiones de las flores. Y de pronto amarilleaban, languidecían, se despojaban melancólicamente de sus hojas doradas. Se quedaban desnudos, unos segundos, tiritaban de nieve, las ramas se encristalaban de escarcha y luego volvían a empezar; a enternecerse, a florecer; contemplábamos sus gestos vegetales, como si se desperezasen al saltar de la cama. (...)


-Ahora -me dijo Catalina- tendremos una eternidad para querernos.
La cogí por la cintura y la besé lentísimamente -lo que en Efímera dura un reinado- en la roja boca".


Agustín de Foxá, Viaje a los efímeros




lunes, 15 de febrero de 2010

aquellos festivales

Aquellos festivales ya no son lo que eran.

La OTI, Benidorm, ¿y el de la Canción Infantil?... Cada vez que "sentía" el Te Deum de Carpentier (un Te deum para algo tan profano...) mientras vibraba en la tele el círculo estrellado me preparaba para el festival de Eurovisión: sólo acertaba una vez al año. Jugábamos al festival en verano, en la terraza de la casa de la abuela, todos los primos organizados por equipos (los de Suiza siempre ganaban).

Reconozco que todavía algún año veo el festival (en singular, el único que queda), pero los motivos han cambiado, es una rancia nostalgia y curiosidad kitsch (¿o camp?), no aquella excitación que culminaba con la contabilidad en idiomas y la mirada, al día siguiente, en el periódico del domingo, del ranking de decepciones. Hoy es tan distinto: servidora, con estudios superiores en geografía, se pierde entre los nuevos países y la caprichosa frontera entre continentes. Hay más diferencias, demasiadas diferencias, pero no seré yo quien comience a hablar de música, porque aquellos festivales ... aquello era otro cantar.






"En Roma, te vi de pronto una mañana,
en Roma, me dio su cita un corazón,
en Roma, el primer toque de campana,
en Roma, ha despertado una ilusión.
En Roma, por una lira en la fontana
un día, jugué mi amor a cara o cruz.
En Roma, el Quirinal pide a la luna,
¡un sueño que nunca más le diga adiós!
En Roma, van las parejas de una en una
y el amor,
en Roma va de dos en dos"


Fina de Calderón, En Roma
(Festival de la Canción Mediterránea)

jueves, 11 de febrero de 2010

visitas deliberadas




Tres visitas. La estancia erudita, en busca de la fuente del arzobispo Tenorio. La boda de amiga de infancia, iglesia y hostería, cerveza en el claustro y flan de castañas al postre. El alto placentero en un viaje de caracol que esquiva el atasco de regreso.
Y allí siempre el ángel músico que parece tener en sus manos la fachada del monasterio, como esos santos arquitectos que enseñan el proyecto a la señora de la casa. La piedra peina el sonido en este lugar de vibración contenida.




"Guadalupe está lejos de todos los sitios, no hay ninguna carretera principal cerca, conserva un pasado que tiene poca validez. Ya lo sientes cuando te acercas al lugar. Ya no recuerdo con exactitud en qué año visité Guadalupe por primera vez, sólo se que fue hace mucho tiempo. (…) Recuerdo amapolas, acianos, y aún sé cómo volvían a mi memoria más tarde; la sequía, la petrificación de ese paisaje y luego, de repente, la sorpresa del color.


Ahora hago lo que hacen los peregrinos, subo las escaleras hasta la iglesia, ya se me aparta un poco de la tierra, aunque sea yo mismo quien lo haga. La fachada no quiere ser inmediatamente descrita, es demasiado singular, hay demasiados contrastes y asimetrías. La construcción es la de una fortaleza, pero en la tromba del gótico flamígero sobre las dos puertas, en las cuatro partes desiguales de la balaustrada y en el rosetón, parece agitarse la luz del sol en todas direcciones, en círculos de fuego que ascienden unos sobre otros".
Cees Nooteboom, El desvío a Santiago

martes, 2 de febrero de 2010

naranja, que te quiero




El rosa Tiepolo no es rosa, es naranja, encendido, vivo, despreocupado. En Aranjuez no se distingue del paisaje, pero... da la espalda a los corsés cortesanos. Abandona el lugar. Baja las escaleras de San Pascual sin saber aún que su camino termina en El Prado, sin saber que allí va a lucir más, aunque sólo sea por contraste.


Las obras que Tiepolo realiza para el Convento de San Pascual Bailón pecan en la forma, por directas, por espontáneas, por frescas. Sin penitencia (hoy pueden ser contempladas en el Museo del Prado) ni purgatorio (algunas no pasan de boceto) son inmediatamente sustituidas por las relamidas de Mengs, Maella y Bayeu.

Será que el rosa Tiepolo está en la naturaleza, no en las academias. Es color de irrealidad, volátil e intangible, color de cierta locura, color feliz. Aunque avisado por San Pascual, que le ha dejado sus tres golpecitos en la cabecera, el artista, una vez más, habrá de morir incomprendido. El que paga manda.

"Los dibujos de San Pascual Baylón [están] destinados a una suerte infeliz: un intento de adecuarse a las inclinaciones locales, pero incomprendido, despreciado y maltratado.
(...) Mengs podía mirar a Tiepolo como a un desamparado de edad provecta. No sorprende la insana prisa con que, tras la muerte de Tiepolo, la corte española se apresuró a quitar sus retablos del altar de Aranjuez. Entre el almidonado Mengs y el mercurial Tiepolo la partida había concluido a favor del primero. Obviamente, Mengs fue nombrado pintor de cámara del rey.
(...) Esos lienzos no tienen precedentes en la obra de Tiepolo, ni mucho menos en la pintura de su siglo. Es como si la palabra religioso de pronto volviera a ser natural y tácita. (...) Aquí la vibración es el estado último".
Roberto Calasso, El rosa Tiepolo