vividos, viajados o sencillamente imaginados






sábado, 28 de junio de 2008

días de vino y fresas


Un libro cuyo primer capítulo sitúa al protagonista en la Arcadia (et in Arcadia ego con ecos de Virgilio) no puede sino avanzar por el terreno de un paraíso en el que el hombre, en algún momento, ha creído habitar. Un paraíso tal vez no eterno, pero tan intenso como para perdurar en la añoranza.



"Oxford, entonces, era todavía una ciudad de acuatinta…cuando los castaños estaban en flor y las campanas re­picaban claras y sonoras sobre los gabletes y las cúpulas, exha­laban la suave atmósfera de siglos de juventud. Era esa quietud claustral la que prestaba resonancia a nuestra risa y la preservaba, alegremente, a pesar del clamor momentáneo.




Faltaba poco para las once cuando Sebastian, sin avisar, se metió por un camino de carros y nos detuvimos.
Comimos las fresas y bebimos el vino sobre un montículo cubierto de hierba mordisqueada por las ovejas, bajo un grupo de olmos (y, tal como había prometido Sebastian, la combinación de vino y fresas resultaba deliciosa), encendimos gruesos cigarros turcos y nos tendimos de espaldas sobre la hierba. La mirada de Sebastian estaba fija en las hojas de los árboles; la mía, en su perfil, mientras el humo gris azulado ascendía, sin que ningún viento lo estorbara, hacia las sombras verdiazules del follaje. Nos envolvía la dulce fragancia del tabaco, mezclada con los no menos dulces aromas del verano a nuestro alrededor, y los vapores del dorado, exquisito vino parecían elevarnos a un dedo de la hierba y dejarnos suspendidos en el aire".


Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead



Sucede así que hay pequeños hitos en el texto que uno, desde la imitación que se puede permitir como lector, ha podido reproducir en forma de breves viñetas.

Como el placer de una mañana en que te sientes Sebastian Flyte, bajo la mirada de un Charles Ryder copa en mano que no se aparta de tu perfil abierto brevemente para recibir una fresa en la boca.

viernes, 20 de junio de 2008

la inocencia es ciega (a veces)





La piedra más antigua de Salamanca anuncia el reflejo dorado de la ciudad. En un arranque de afecto, a este toro del campo charro lo han cogido en volandas para ser ofrendado en un altar de diseño. Así las cosas hoy Lázaro no hubiese espabilado, al menos de esta forma:

"Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo:
-Lázaro; llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro dél.
Yo simplemente llegué, creyendo ser así. Y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y dióme una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada y díjome:
-Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo.
Y rió mucho la burla.
Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño dormido, estaba".

Anónimo, Lazarillo de Tormes

sábado, 14 de junio de 2008

honrada ruina



Son las ruinas, la ruina humana, las que devora la naturaleza del paisaje romántico, allí donde el hombre se hace pequeño. Otros serán quienes sin entender confundan la locura con esta alma honrada y consciente de su insignificancia. No Bécquer cuando concluye, en las últimas líneas de la leyenda, que ensimismarse con la luna no es de lunáticos:
“Manrique estaba loco; por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figura que lo que había hecho era recuperar el juicio”.



“Sobre el Duero, que pasa lamiendo las carcomidas y oscuras piedras de las murallas de Soria, hay un puente que conduce de la ciudad al antiguo convento de los Templarios, cuyas posesiones se extendían a lo largo de la opuesta margen del río.En la época a que nos referimos, los caballeros de la Orden habían ya abandonado sus históricas fortalezas; pero aún quedaban en pie restos de los anchos torreones de sus muros; aún se veían, como en parte se ven hoy, cubiertos de hiedra y campanillas blancas, los macizos arcos de su claustro, las prolongadas galerías ojivales de sus patios de armas, en las que suspiraba el viento con un gemido, agitando las altas hierbas.



En los huertos y en los jardines, cuyos senderos no hollaban hacía muchos años las plantas de los religiosos, la vegetación, abandonada a sí misma, desplegaba todas sus galas, sin temor de que la mano del hombre la mutilase, creyendo embellecerla.… y en los trozos de fábrica próximos a desplomarse, el jaramago, flotando al viento como el penacho de una cimera, y las campanillas blancas y azules, balanceándose como en un columpio sobre sus largos y flexibles tallos, pregonaban la victoria de la destrucción y la ruina”.

Gustavo Adolfo Bécquer, El rayo de luna

miércoles, 11 de junio de 2008

fuera de mapa (III) Oscar Wilde

Habitualmente están fuera de mapa y de tiempo, pero los he visto allí donde no los hay, iguales a los que venían en mi EXINcastillos.
Sorpendidos mientras intimidaban a las hojas recién despiertas por la lluvia. Captados en su plenitud opaca por la cámara.
Y si la cámara los ha captado ¿será que no son fantasmas?


"De cuando en cuando se oía una paloma arrullándose con su voz más dulce, o se entreveía, entre la maraña y el fru-fru de los helechos, la pechuga de oro bruñido de algún faisán.
Ligeras ardillas los espiaban desde lo alto de las hayas a su paso; unos conejos corrían como exhalaciones a través de los matorrales o sobre los collados herbosos, levantando su rabo blanco. Sin embargo, no bien entraron en la avenida de Canterville-Chase, el cielo se cubrió repentinamente de nubes. Un extraño silencio pareció invadir toda la atmósfera, una gran bandada de cornejas cruzó calladamente por encima de sus cabezas, y antes de que llegasen a la casa ya habían caído algunas gotas.

(...) El valor indomable de los antiguos Canterville se despertó en él y tomó la resolución de hablar al otro fantasma en cuanto amaneciese. Por consiguiente, no bien el alba plateó las colinas, volvió al sitio en que había visto por primera vez al horroroso fantasma. Pensaba que, después de todo, dos fantasmas valían más que uno sólo, y que con ayuda de su nuevo amigo podría contender victoriosamente con los gemelos. Pero cuando llegó al sitio se halló en presencia de un espectáculo terrible. Le sucedía algo indudablemente al espectro, porque la luz había desaparecido por completo de sus órbitas. La cimitarra centelleante se había caído de su mano y estaba recostado sobre la pared en una actitud forzada e incómoda. Simón se precipitó hacia delante y lo cogió en sus brazos; pero cuál no sería su terror viendo despegarse la cabeza y rodar por el suelo, mientras el cuerpo tomaba la posición supina, y notó que abrazaba una cortina blanca de lienzo grueso y que yacían a sus pies una escoba, un machete de cocina y una calabaza vacía. Sin poder comprender aquella curiosa transformación, cogió con mano febril el cartel, leyendo a la claridad grisácea de la mañana estas palabras terribles:
He aquí al fantasma Otis
El único espíritu auténtico y verdadero
Desconfíen de las imitaciones
Todos los demás son falsificaciones"


Oscar Wilde, El fantasma de Canterville

domingo, 8 de junio de 2008

la espada


Las historias envueltas en la oscuridad del tiempo no tienen espacio definido. Es propio de mitos el que puedan arbitrariamente cambiar de sitio. Irlanda también quiere ser dueña de los escenarios donde el rey Arturo y sus amiguetes hicieron de las suyas. Una aspiración que comparte el mundo celta. Sin ir más lejos, ahí tenemos la Galicia del Merlín de Cunqueiro. Gales parece que ofrece las pruebas más veraces pero el cine ha venido a echar una mano a Irlanda. Wicklow y el Lago Tay arroparon algunas secuencias de Excalibur, en concreto la inicial y la final: es el lago de donde surge la espada y el mismo al que Percival la devuelve.

También hay donde elegir entre los narradores de la historia. Al margen de la de Thomas Malory, por aquello de la edición con ilustraciones de Beardsley, me quedo con la de Steinbeck. Un texto asequible y bien trabajado, que nos acerca a la historia sin perder la distancia de los primitivos relatos. Respetuoso con los originales, sin alterar trama ni contenido ni símbolos, con sus diálogos de sabia filosofía de andar por esos campos, entre ideales y pasiones, con esos viajes tan irreales y fantásticos que hoy se expresan en aventuras como las del caballero andante que es Indiana Jones, sin olvidar un solo tópico de bosques, encantamientos, pabellones y castillos, paisajes que hemos acabado creyendo que sólo existen en el cine.


"Luego divisaron a una dama que caminaba ligeramente sobre la superficie del lago...
-Señora, dime por favor qué es esa espada que veo en el lago. Me gustaría tenerla, pues no tengo espada.
-La espada es mía, señor, pero si me concedes una gracia cuando yo lo pida, te cedo la espada.
-Por mi honor, tendrás lo que desees -dijo el rey.
-Entonces es tuya -dijo la dama-. Sube al batel que ves allí y rema hasta el brazo, y toma la espada y la vaina. Pediré mi gracia cuando llegue el momento".


John Steinbeck, Los hechos del rey Arturo

jueves, 5 de junio de 2008

aquí, de nuevo



Desde hace unos días Granada vuelve a tirarme sus granos a la cabeza. Debe ser que aún no está decidido si este año pasaré por allí, como procuro hacer cada año. No creo que sea culpa del libro de Potocki, de este tiempo atrás, por insinuarla. El caso es que no se trata de una sensación melancólica. Nada de "llorando por Granada", de aquellos Puntos que me encantaban de niña. Pero sí que se notan las ganas de verla. Así que de momento, mientras fantaseo al pensar que me está esperando, pues me tomo una Alhambra bien fresquita, y que sea por Granada.




Esta vez por una Granada que va más allá del tópico en el que a veces caemos, incluso con auténtico placer. Ángel Ganivet pregunta (de esto hace más de cien años) por la coherencia de las ciudades, por el equilibrio entre tradición y modernidad. Porque en las ciudades, sin negar que son hijas de su tiempo, también el tiempo debe dejar su huella. Los resultados son múltiples: un lifting que desvirtúa el natural del rostro que le dio fama, una cirugía agresiva que parece hecha a mala leche, o los discretos ciudados de quien sabe envejecer.



“Yo no comprendo cómo la casa de pisos ha podido sentar sus reales en nuestra ciudad; cómo la portería ha matado el patio andaluz; cómo las salas bajas se han transformado en portales de comercio menudo, obligando a los ciudadanos a pasar los meses de calor en los pisos altos, en ropas menores. La culpa no es de los arquitectos, que en nuestra época, más que hombres de ciencia o de arte, son acomodadores. El problema que se les obliga a resolver no es estético, ni siquiera higiénico; se les pide que construyan casas que cuesten poco y que den mucha renta, y para ello no hay otro recurso que encasillar muchas personas en muy poco terreno. Y lo peor no es lo que se ve, sino lo que se prevé que ha de ocurrir; porque, marchando contra la evidencia, nuestra sociedad ha condenado ya al desprecio la casa antigua, libre y autónoma, y ha decidido que lo elegante sea el piso a la moderna.”

Ángel Ganivet, Granada la bella

domingo, 1 de junio de 2008

lo que hay que ver...


¿Quién dijo que viajar es placentero? Esto no es viajar. Son cosas de las obligaciones protocolarias. Y además, al estilo de los circuitos turísticos que nos contaba Gila, desilusión ante el tópico monumental incluida. Enrique Jardiel tampoco disfrutó del viaje (bueno, sí, mientras lo relataba), su libro no fue entendido. No se trataba de un ataque a la divinidad, sino a la estupidez humana.
Nota: me ha sido imposible encontrar fresa de Aranjuez para la fotografía.

“El centro de España era la provincia de Madrid, y el centro del centro, el Cerro de los Angeles. Dios iba a descender junto al monumento a su Hijo.
"LUEGO VISITARE LO RESTANTE".—También esto aparecía claro. Visitada España, Dios se dirigirá a visitar el resto de la Tierra.
"MI PRESENCIA SERA EN EL CENTRO, el Cerro de los Angeles. Dios iba a descender junto al monumento a su Hijo.
Dios acentuó otra vez su sonrisa, y perdiendo la mirada en el árido paisaje que corría ante la ventanilla, al fondo del cual aún se distinguía la cúspide del Cerro de los Ángeles, dejó escapar:
-¡Los reporteros!... ¿Qué vas a mi a decirme, hijo, que vas a mí a decirme?...
Suspiró:
-He conocido de cerca los primeros reporteros de la Tierra, …me refiero a los evangelistas…Todos fueron testigos presenciales de la catástrofe, y sin embargo, cada cual contó la cosa de un modo diferente…

La multitud estuvo a punto de arrollar a Dios.-
Hubo que escoltarle hasta Getafe y con ese motivo se produjeron desórdenes y víctimas.-
El Agnus Dei, suelto, fue a estrellarse en los alrededores de una aldea de la provincia de Soria.-

EN EL ESCORIAL
De El Escorial dijo:
-Creí que era más grande
EN ARANJUEZ
En Aranjuez le dieron fresa de otra parte, lo que le hizo preguntar:
-Para comer fresa de Aranjuez, ¿adónde hay que ir?
Y se le contestó que a Valencia (Añadiéndole que para comer naranjas de Valencia tendría que ir a Londres.)

EN SEGOVIA Y ANTE EL ACUEDUCTO
…cuando le dijeron que el Acueducto había sido construido en una sola noche por el Diablo, protestó despectivamente:
-¡Ése qué va a hacer!

EN TOLEDO
Toledo no le gustó.
-Hay demasiadas cuestas, demasiados cadetes, demasiado mazapán y demasiadas posadas donde se han escrito libros famosos”.
Enrique Jardiel Poncela, La “Tournée” de Dios