Ni en la tierra de Efímera, aquella que Foxá imaginó en el Atlántico camino de Argentina, es tan breve la primavera. El calor me traslada a ese otro perfil de Venecia, tal vez el más decadente entre la decadencia, mórbida y mortal. Y recuerdo la Venecia que me recordó a Aranjuez, allí donde los canales discurren entre la vegetación. El calor es insufrible. Un golpe que al menos aquí no mata, simplemente incita al viaje y a algunos ablanda la sesera.

"Recordó al melancólico poeta, al entusiasta cuyos ojos, en tiempos ya remotos, habían visto surgir de aquellas ondas las cúpulas y campanarios de sus sueños (...) y dejándose conmover por sensaciones ya condensadas en forma, examinó su serio y fatigado corazón por su algún nuevo entusiasmo o confusión, por si alguna aventura sentimental tardía pudiera estarla reservada aún al ocioso viajero".

"La imagen de la ciudad asolada e indefensa flotaba confusamente en su espíritu y encendía en él esperanzas inconcebibles, de monstruosa dulzura, que iban más allá de la razón".
Thomas Mann, La muerte en Venecia