Perdida, desdibujada, borrada por el maremagnum en que nos han convertido el mundo.
Son las historias de mesa camilla y brasero, las gachas para taponar las puertas de los poco dadivosos, los huesos de santo transformados en mazapán para osados.
Son los cuentos de Gustavo Adolfo Bécquer o Villiers de L'Isle Adam, también de Allan Poe o Washington Irving (europeos de adopción), que frenan justo en el límite de lo desagradable y lo tétrico, sugerentes y misteriosos, menos obvios que las truculencias de importación.
Son nuestra fiesta de Todos los Santos, y más cercana aún (algún día nos festejarán) el gran día de los Difuntos.
"La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche".
Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche".
"La alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste".
Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste".
"Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. (...) Dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche".
Gustavo Adolfo Bécquer, El Monte de las Ánimas
6 comentarios:
Escribe usted muy bien, Sra. Merlos, muy bien.
Mi paso de la infancia a la adolescencia fue becqueriano, tanto por las rimas y leyendas leídas como por aquella serie de tv en que Julián Mateos encarnaba al poeta visionario.
Yo en esa época era un lector muy llorón y suspirante: lloraba con Dickens (sobre todo con las desventuras de Oliver Twist), con Mark Twainn (con la única novela que me ha conmovido de este autor, CABEZA DE CHORLITO) y, cómo no, con Bécquer. Hasta con pasajes de Julio Verne (que ya es ser llorón: no he vuelto a leer a JV desde los últimos 60 pero creo que la moca se me caía con determinadas escenas de amor entre Phileas Fogg y su novia hindú, Aouda, me parece, y también con algún momento de LOS HIJOS DEL CAPITAN GRANT -aunque no logro recordar exactamente cuál-).
Icíar, muy amables tus palabras.
Fernando, mi llegada a Bécquer se produjo, como a tí, en ese paso de la infancia a la adolescencia, en que se comienzan a leer los primeros libros serios. Lo que desconozco es lo de Julián Mateos. Gracias por la cita. En lo que ya no coincidimos es en Verne o Mark Twain, de algún modo ese tipo de lecturas nos pillaban algo lejanas a las niñas, que dedicábamos el tiempo a otro perfil de libros, como Mujercitas (me sigue pareciendo una maravilla, todo hay que decirlo). Con Verne siempre me quedé a punto de... (a día de hoy sigo así: pendiente tengo lo de París y lo de Poe). Pero recuerdo una película de Nemo en su submarino (creo que con Omar Sharif, recuerdo posiblement eidealizado)) y la revisión de Eric Rohmer sobre esa "leyenda científica" de El Rayo Verde vía Verne (y medio esbozada hace tiempo para una entrada en este blog).
Encuentro precioso que recordéis a Bécquer, que se lo tiene ahí tan olvidado al pobre cuando es, como decís, una puerta a otros libros y otras vidas y un poeta buenísimo.
Uno llegó a Becquer por culpa de las clases de lengua y literatura. El problema de estos atajos es un injusto atragantamiento. Estos días, a mi hijo de 15 años les están haciendo andar el mismo camino hacia Becquer y no lo está recorriendo con excesivo cariño. Trataré de volver a ir un poco más allá del nido donde las oscuras golondrinas... ya se sabe
Llegué a Bécquer a través de un fragmento precisamente de El Monte de las Ánimas del libro de Lengua de 6º de la ya extinta EGB. El entusiasmo, debo decirlo, no fue igual con sus poemas, a los que encontré su gracia bastante después. Era aquella época en que se empeñaban en identificar lo romántico con lo cursi, o no nos enseñaban la diferencia. Anónimo, ve un poco más allá: ya me contarás.
Y aparte: la madera de los hermanos Bécquer tenía vetas de todos los colores. Supongo que conoceis los textos e ilustraciones sobre Isabel II y su corte "los Borbones en pelotas", nunca me he reído tanto con una publicación pornográfica.
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