En Opus Nigrum están la ciudad siempre misma de Kavafis, el laberinto en que se adentra Teseo sin hilo, la equívoca percepción que intuye el griego Zenón, homónimo del protagonista.
Como el protagonista Zenón, el peregrino ya no se fía de las estrellas ni de las coordenadas bajo sus pies. El peregrino (¿por qué?) no se detiene."Le sorprendió percatarse de que recordaba sin dificultad las calles de aquella ciudad que no había vuelto a ver desde hacía treinta años. (...) Al encontrar su rumbo en el laberinto de callejuelas de Brujas, había creído que aquel alto en su camino, al apartarse de las anchas calzadas de la ambición y del saber, le procuraría algún reposo, tras las agitaciones de treinta y cinco años. Contaba con sentir la impresión de seguridad inquieta de un animal que se tranquiliza con la estrechez y oscuridad de la guarida en que ha escogido vivir. Se equivocaba. Aquella existencia inmóvil hervía por dentro; el sentimiento de una actividad casi terrible rugía como un río subterráneo. La angustia que lo atenazaba era diferente de la de un filósofo perseguido a causa de sus libros. El tiempo, que -según había imaginado- debería pesar en sus manos tanto como un lingote de plomo, huía y se subdividía como las bolitas de mercurio. Las horas, los días y los meses habían dejado de concertarse con los signos de los relojes y hasta con los movimientos de los astros."
Marguerite Yourcenar, Opus Nigrum
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