Dicen que Ciro Bayo ya retrató al tirano de Hispanoamérica antes de que Valle Inclán lo inmortalizase con el nombre de Banderas. Es el propio Valle quien bautiza a Ciro Bayo como "Gay peregrino", tan escritor como andariego. Sus viajes por las colonias perdidas de Ultramar y por Europa no hacen sombra al paseo que -entre pícaro, aventurero y hombre de mundo, espíritu castizo- se da por España.
La obra, prologada en su día por Azorín, es una cadena de lugares que personas y personajes aliñan con sus costumbres; algunos como Murcia, todavía ajenos al fisgoneo burgués. Ciro Bayo sabe que para conocer una tierra hay que patearla, también para opinarla; aunque curioso, alegre y observador, prefiere la anécdota a los pareceres.
"Pasado el Sangonera, empieza una dilatada llanura, viéndose a lo lejos la alta torre de la catedral de Murcia.La ciudad está rodeada por su famosa huerta, rival de las vegas de Granada y de Valencia; un magnífico vergel de vegetación espléndida, regado por el Segura y miles de acequias y canales. (…)
Después de la invasión agarena, Murcia, antes oscurecida, crece como por encanto y llega a ser capital de un reino. Calles y callejas que van desapareciendo, aunque lentamente; los cimientos de las murallas y aun algunos trozos de ellas que quedan en pie dan la razón.
Llegué a la portería de Santa Clara (...). Y me acordé de la máxima de Sebastopol: “Aquí estoy y aquí me quedo". Es decir, me senté en el banco del locutorio a descansar, porque había trotado mucho las calles y el sol picaba más de lo regular.
-¡Qué bien te sentaría –penaba yo-, aquí en la paz del locutorio, la sopa boba de las clarisas, servida por manos blancas de mujer!
Y como respondiendo a mi deseo, oí una voz, la de la tornera, que me decía:
-Hermano, ¿quería usted algo?
-Hermanita –contesté-, yo bien quisiera, pero no tengo con qué.
-No hace falta –repuso ella-".
-¡Qué bien te sentaría –penaba yo-, aquí en la paz del locutorio, la sopa boba de las clarisas, servida por manos blancas de mujer!
Y como respondiendo a mi deseo, oí una voz, la de la tornera, que me decía:
-Hermano, ¿quería usted algo?
-Hermanita –contesté-, yo bien quisiera, pero no tengo con qué.
-No hace falta –repuso ella-".
Ciro Bayo, Lazarillo español
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