Es inevitable evocar a Chester Himes en una Semana Negra de Gijón. 29 de julio de 1909. Hace cien años que vino al mundo (para morir en España, sin casualidad). Y entre medias, novela negra en todos los sentidos y una biografía que él mismo tuvo el ojo de pasar al papel.
Este es uno de esos viajes que me doy de vez en cuando, como quien dice, sin salir de casa, y que hoy convierto en homenaje. El único homenaje al que he llegado a tiempo de estos aniversarios de 2009 (quedan pendientes Agustín de Foxá, Malcolm Lowry y Alejandro Sawa, mi selección de entre los muchosmás que se celebran).
Chester Himes ya fue el protagonista de aquella primera convocatoria de 1988. Hoy Gijón continúa lanzando luces desde su faro, destellos que me trasladan a las calles y los garitos de los impagables Sepulturero Jones y Ataud Johnson, de un Harlem que no conozco y que (la imaginación no es tan atrevida como la fantasía) sé que seguirá resultándome extraño, lejano, e incluso ajeno si algún día llego a patearlo con mis pies de turista.
Los relatos de Chester Himes son una mirilla ante la que nos sentimos protegidos del laberinto de un barrio con leyes propias, donde el orden son dos de los suyos, y el caos “la violencia desorganizada” de “un ciego con una pistola”. Tan difícil resulta adentrarnos en ese mundo, como sencillo hacernos una veraz idea: el mérito es del escritor, consciente de que "lo único que había que hacer era contar las cosas tal como eran".
"Iba a haber un gran baile en el Savoy y la gente hacía cola a lo largo de toda una manzana de Lenox Avenue, esperando para comprar las entradas. Ataud Ed Johnson y Sepulturero Jones, la famosa apreja de policías de Harlem, estaban encargados de mantener el orden.
Ambos eran altos, desgarbados, desaliñados, negros de aspecto común. Sus pistolas sin embargo no tenían nada de común. Exhibían revólveres del calibre 38, de fabricación especial, de cañón largo y niquelados, y en aquel momento los estaban empuñando.
Sepulturero se había colocado a la derecha de la cola, junto a la entrada del Savoy. Ataud permanecía a la izquierda, en la otra punta. Sepulturero apuntaba con su pistola hacia el sur, siguiendo la línea recta de la acera. Al otro lado, Ataud sostenía la pistola apuntando hacia el norte, también en línea recta. Había espacio suficiente entre esas dos líneas imaginarias para que pudieran caber dos personas juntas. Si alguien se salía de esa zona, Sepulturero gritaba: "¡Rectifiquen!" y Ataud como un eco "¡Queo!". Si el infractor no rectificaba inmediatamente, uno de los policías disparaba al aire. Las parejas de la cola se apretujaban como si estuvieran comprimidas entre dos paredes de cemento. La gente de Harlem tenía la certeza de que Sepulturero Jones y Ataud Ed Johnson se cargarían fríamente a cualquiera que se saliera de la cola".
"Iba a haber un gran baile en el Savoy y la gente hacía cola a lo largo de toda una manzana de Lenox Avenue, esperando para comprar las entradas. Ataud Ed Johnson y Sepulturero Jones, la famosa apreja de policías de Harlem, estaban encargados de mantener el orden.
Ambos eran altos, desgarbados, desaliñados, negros de aspecto común. Sus pistolas sin embargo no tenían nada de común. Exhibían revólveres del calibre 38, de fabricación especial, de cañón largo y niquelados, y en aquel momento los estaban empuñando.
Sepulturero se había colocado a la derecha de la cola, junto a la entrada del Savoy. Ataud permanecía a la izquierda, en la otra punta. Sepulturero apuntaba con su pistola hacia el sur, siguiendo la línea recta de la acera. Al otro lado, Ataud sostenía la pistola apuntando hacia el norte, también en línea recta. Había espacio suficiente entre esas dos líneas imaginarias para que pudieran caber dos personas juntas. Si alguien se salía de esa zona, Sepulturero gritaba: "¡Rectifiquen!" y Ataud como un eco "¡Queo!". Si el infractor no rectificaba inmediatamente, uno de los policías disparaba al aire. Las parejas de la cola se apretujaban como si estuvieran comprimidas entre dos paredes de cemento. La gente de Harlem tenía la certeza de que Sepulturero Jones y Ataud Ed Johnson se cargarían fríamente a cualquiera que se saliera de la cola".
Chester Himes, Por amor a Imabelle
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