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domingo, 28 de junio de 2009

guía romántica (y III)




En los tiempos de Gil y Carrasco no era necesario desbrozar en las selvas de la novela histórica. La nostalgia por la autenticidad de los textos del XIX es un pasodoble a la Edad Media y a la biografía del autor.

A mí se me entrecruzan la historia de buenos y malos (el honesto caballero templario, el insaciable Conde de Lemos), la evocación desde el culto a las ruinas, la visión de la Naturaleza desmedida (la que se traga al hombre con indiferencia), la leyenda que engalana el mundo medieval y el destino.



Ese destino en pretérito perfecto que con Enrique Gil y Carrasco, hombre romántico por sensibilidad y época, fue generoso: si no concedíendole tiempo, sí otorgándole los lugares, esos que no nos es dado elegir cuando nacemos, cuando morimos.



"Estábase poniendo el sol detrás de las montañas que parten téminos entre el Bierzo y Galicia y las revestía de una especie de aureola luminosa que contrastaba peregrinamente con sus puntos oscuros...


Todavía se conserva esta hermosa fortaleza, aunque en el dia sólo sea ya el cadáver de su grandeza antigua. Su estructura tiene poco de regular, porque a un fuerte antiguo, de formas macizas y pesadas, se añadió por los templarios un cuerpo de fortificaciones más moderno, en que la solidez y la gallardía corrían parejas, con lo cual quedó privada de armonía; pero su conjunto todavía ofrece una masa atrevida y pintoresca. Está situada sobre un hermoso altozano desde el cual se registra todo el Bierzo bajo, con la infinita variedad de sus accidentes; y el Sil, que corre a sus pies para juntarse con el Boeza un poco más abajo, parece rendirle homenaje".

Enrique Gil y Carraso, El señor de Bembibre

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