Nada más lejos de la fantasía: "con los pies en el suelo". Lo primero que me vino a la cabeza ante la entrevista a Juan Marsé del ABC del domingo, a propósito de su discurso para el Premio Cervantes que hoy recibe. Allí estaba su amor por El Quijote y su actitud como escritor "Para mí el premio está en la escritura. Los premios no tienen nada que ver con la literatura" o "Defiendo mi derecho a escribir en la lengua que me de la gana" (como siempre, pero aún más desde que tiene el Cervantes, está sembrado).
Sin embargo, él que en otras ocasiones se ha declarado "forofo de la ficción, la realidad no me importa" me ha sorprendido por la debilidad que siente por su primera obra Encerrados con un solo juguete "porque fue la primera, y contiene bastante material autobiográfico. Por esta razón sencillamente. Es una razón muy subjetiva: no tiene nada que ver con la calidad de la obra". Quiero entenderlo como una aparente paradoja: Marsé hace creíble la ficción. La línea es imperceptible. Contribuye a ello el recurrente escenario barcelonés, la precisa toponimia de la ciudad, la descripción casi naturalista de los espacios. Pero no es suficiente, hace falta ese don que Marsé tiene para levantar mundos de verdad en el mundo de la imaginación.
Encerrados con un solo juguete. ¿Qué juguete? La verdad es que vuelvo el pensamiento hacia la primera juventud (no necesariamente paraíso perdido) y sólo hallo la novedad del sexo, el juego al que juegan los mayores. Ese juego al que Marsé acude correcto, pautado, constante en sus novelas.
"No encontró a Julita en casa. Vivía en un piso oscuro y pequeño, con un suelo de ladrillos abollado y trépido, paredes empapeladas y muebles enormes. Estaba situado en un callejón próximo a la calle San Pablo. La hermana de Julita apoyaba la mano en la jamba de la puerta sin dejarle pasar. Dentro había una atmósfera cálida que olía a tabaco rubio y a anís. Oyó una tos de hombre, un tintineo de vasos.
-¿Quieres que le de algún recado cuando vuelva o prefires esperarla?
-Esperaré un rato- dijo él.
Andrés se acercó a la ventana y la abrió... Era un callejón que no paracía tener salida, corto, mojado aun sin llover, de fachadas ceñudas y muy encaradas y una sola bombilla pelada al extremo de un hierro curvado".
Juan Marsé, Encerrados con un solo juguete
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