Joyce lleva a imprenta un callejero en el que sitúa con minuciosidad cartográfica el desarrollo de la acción, de tal modo que la fisonomía de la ciudad se nos representa en los personajes que acoge.
Perspicacia e introspección son derroche de artista: Joyce es el único responsable de que Dublín sea una ciudad tan bien contada.
Sus personajes son además universales y atemporales, tanto que nos recuerdan a alguien, y un poco más allá, incluso a él mismo.
"Trató de sopesar su alma para saber si era un alma de poeta. La nota dominante de su temperamento, pensó, era la melancolía, pero una melancolía atemperada por la fe, la resignación y una alegría sencilla. Si pudiera expresar esto en un libro quizá la gente le hiciera caso. Nunca sería popular: lo veía. No podría mover multitudes, pero podría conmover a un pequeño núcleo de almas afines… Persiguió sus sueños con tal ardor que pasó la calle de largo y tuvo que regresar... La luz y el ruido del bar lo clavaron a la entrada por un momento."
James Joyce, Una nubecilla
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