"Regresé a Venecia y fui al hotel en una de esas prodigiosas góndolas, cuya belleza no han logrado desacreditar ni siquiera la conjunción y conjuración de todos los malos escritores del mundo entero.
Canal Piccolo y Canal Grande, Canal della Giudecca y de San Marcos, perfiles de la isla San Giorgio Maggiore y pequeños canales de nombres perdidos... canales, puentes y callecitas, palacios y aguas muertas, canciones adormitadas en las noches tibias y humedad, ¡qué difícil me era deciros adiós!"
César González-Ruano, Memorias: mi medio siglo se confiesa a medias

Esos malos escritores o narradores tuvieron la culpa de que antes de que viese Venecia por primera vez no me acompañase una gran ilusión. La golosina de Florencia que llegaría días después absorbía mis deseos. A ellos se lo debo agradecer, no hubo decepción alguna ante un lugar que ya creía conocer por tan contado y enseñado, aparente víctima del tópico. Quedé atrapada, incluso temiendo compartir el juicio unánime de admiración que los estudiantes que éramos entonces confundíamos con la vulgaridad.
Desde entonces sólo recuerdo haber escuchado a una persona hablar mal de Venecia. Ha sido en Marco Polo, mientras facturábamos, a la vuelta de la última estancia.
-Hijo, te ha gustado Venecia ¿verdad?
-No.
-Habíamos preparado el viaje para tí...
-Bah, bah. He acabado harto de tanto andar y subir y bajar escaleras.