Un libro cuyo primer capítulo sitúa al protagonista en la Arcadia (et in Arcadia ego con ecos de Virgilio) no puede sino avanzar por el terreno de un paraíso en el que el hombre, en algún momento, ha creído habitar. Un paraíso tal vez no eterno, pero tan intenso como para perdurar en la añoranza.
"Oxford, entonces, era todavía una ciudad de acuatinta…cuando los castaños estaban en flor y las campanas repicaban claras y sonoras sobre los gabletes y las cúpulas, exhalaban la suave atmósfera de siglos de juventud. Era esa quietud claustral la que prestaba resonancia a nuestra risa y la preservaba, alegremente, a pesar del clamor momentáneo.
"Oxford, entonces, era todavía una ciudad de acuatinta…cuando los castaños estaban en flor y las campanas repicaban claras y sonoras sobre los gabletes y las cúpulas, exhalaban la suave atmósfera de siglos de juventud. Era esa quietud claustral la que prestaba resonancia a nuestra risa y la preservaba, alegremente, a pesar del clamor momentáneo.
Faltaba poco para las once cuando Sebastian, sin avisar, se metió por un camino de carros y nos detuvimos.
Comimos las fresas y bebimos el vino sobre un montículo cubierto de hierba mordisqueada por las ovejas, bajo un grupo de olmos (y, tal como había prometido Sebastian, la combinación de vino y fresas resultaba deliciosa), encendimos gruesos cigarros turcos y nos tendimos de espaldas sobre la hierba. La mirada de Sebastian estaba fija en las hojas de los árboles; la mía, en su perfil, mientras el humo gris azulado ascendía, sin que ningún viento lo estorbara, hacia las sombras verdiazules del follaje. Nos envolvía la dulce fragancia del tabaco, mezclada con los no menos dulces aromas del verano a nuestro alrededor, y los vapores del dorado, exquisito vino parecían elevarnos a un dedo de la hierba y dejarnos suspendidos en el aire".
Comimos las fresas y bebimos el vino sobre un montículo cubierto de hierba mordisqueada por las ovejas, bajo un grupo de olmos (y, tal como había prometido Sebastian, la combinación de vino y fresas resultaba deliciosa), encendimos gruesos cigarros turcos y nos tendimos de espaldas sobre la hierba. La mirada de Sebastian estaba fija en las hojas de los árboles; la mía, en su perfil, mientras el humo gris azulado ascendía, sin que ningún viento lo estorbara, hacia las sombras verdiazules del follaje. Nos envolvía la dulce fragancia del tabaco, mezclada con los no menos dulces aromas del verano a nuestro alrededor, y los vapores del dorado, exquisito vino parecían elevarnos a un dedo de la hierba y dejarnos suspendidos en el aire".
Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead
Sucede así que hay pequeños hitos en el texto que uno, desde la imitación que se puede permitir como lector, ha podido reproducir en forma de breves viñetas.
3 comentarios:
Siempre es grata la ocasión de evocar a Sebastian y a Charles. Creo que es uno de los hilos invisibles que unen a los luminarcas de corazón.
Aún no he leído Retorno a Brideshead, y de la serie apenas recuerdo nada, me pilló un poco joven. El texto es delicioso, lo buscaré.
Casi como respuesta a los dos. Retorno a Brideshead tiene un poder de evocación que hace que la historia se sienta como propia. El libro, admitido por el autor, tiene un exceso de sibaritismo justificado por las penurias de la época de guerra en que se escribió. Volveré a este libro en el blog (cuando escanee Venecia). La fotografía -ahora hablo de la serie- es espectacular. Venecia está clavada (se parece más a mi Venecia particular que el libro de Mann, p.ej.). Los ambientes de Marruecos creo que te encantarán, Rubén. Y luego si estableces comparaciones (el típico ¿la serie o el libro?) hay que decir que todo el texto está recogido al pie de la letra en el guión: diálogos o voz en off. Y que el discurso visual se adapta a lo que la imaginación te sugiere desde las páginas del libro. Hasta los personajes, actores de lujo, están calcados.
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