Moncayo.
Visto desde Ágreda es siempre telón de fondo. Aislado, rotundo.
Visto desde la evocación, más aún que leyenda adolescente, es geografía de colegio.
Visto desde la celda del Bécquer periodista es…
Visto desde Ágreda es siempre telón de fondo. Aislado, rotundo.
Visto desde la evocación, más aún que leyenda adolescente, es geografía de colegio.
Visto desde la celda del Bécquer periodista es…
"-¿Siente usted este profundo silencio que reina en todo el monte, que no suena un guijarro, que no se mueve una hoja, que el aire está inmóvil, y pesa sobre los hombros y parece que aplasta? ¿Ve usted esos jirones de niebla oscura que se deslizan poco a poco a lo largo de la inmensa pendiente del Moncayo, como si sus cavidades no bastaran a contenerlos? ¿Los ve usted cómo se adelantan, mudos y con lentitud, como una legión aérea que se mueve por un impulso invisible? El mismo silencio de muerte había entonces, el mismo aspecto extraño y temeroso ofrecía la niebla de la tarde, arremolinada en las lejanas cumbres, todo el tiempo que duró aquella suspensión angustiosa. Yo, lo confieso con toda franqueza: llegué a tener miedo. (...)
Cualquiera otro hombre, impresionado por la soledad del sitio, el profundo silencio de la Naturaleza y el fantástico panorama de las sinuosidades del Moncayo, cuyas puntas coronadas de nieve parecían las olas de un mar inmóvil y gigantesco, hubiera temido aventurarse por entre aquellos matorrales, adonde en mitad del día apenas osaban llegar los pastores..."
Cualquiera otro hombre, impresionado por la soledad del sitio, el profundo silencio de la Naturaleza y el fantástico panorama de las sinuosidades del Moncayo, cuyas puntas coronadas de nieve parecían las olas de un mar inmóvil y gigantesco, hubiera temido aventurarse por entre aquellos matorrales, adonde en mitad del día apenas osaban llegar los pastores..."
Gustavo Adolfo Bécquer, Cartas desde mi celda
4 comentarios:
El aire del Moncayo es frío, intenso, reconocible de oído. Entre los recuerdos de mi primera niñez figura algún atardecer de invierno con el aire del Moncayo recorriendo las calles de aquel pequeño pueblo. Un viento que parecía buscar, que no encontraba, que nunca aparcaba su empeño. El Moncayo tiene frío el aliento y engañoso el rugir. Desde las canas de su alta cabeza parten los escalofríos que se instalan encima de quien le desafía de frente.
Moncayo parece que es el Mons Caunnus (o similar), el monte canoso. Hoy, en los últimos días del invierno, puedo comprobar que en forma de eco hasta aquí llegan su aliento y su rugido, ya cálido uno, el otro, envolvente y sincero.
Nunca he llegado a Ágreda en mis excursiones por Soria. Me encantan las Cartas desde mi celda.
Hoy, a mediodía, recorría Aragón, y cerca de Zaragoza, y durante una buena tirada de kilómetros, he podido ver la cresta nevada del Moncayo. El viento desplazaba el coche, con fuerza, y parecía venir de aquella dirección, aunque no sé si puedo culpar de ello al monte.
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