"Vos, cuyo talento está por encima del vulgo; vos, que escribís, que aleccionáis, que aconsejáis; vos que dirigís al pueblo, tenéis una hermosa misión que cumplir y un hermoso ejemplo que dar".(...) El obispo había terminado su plática.
(...) Por su piel corría ese frío estremecimiento que dan las grandes dichas. No veía a nadie. No pensaba más que en sí mismo. (...) El pueblo de París lo contemplaba y lo envidiaba. Luego, alzando los ojos, vio a distancia, al otro lado de la plaza de la Concordia, la cámara de los diputados. (...) Lentamente bajó los peldaños de la alta escalinata, entre dos filas de espectadores. Pero él no los veía. Su pensamiento volvía atrás, y ante sus ojos, deslumbrados por el resplandor del sol, flotaba la imagen de la señora de Marelle, arreglándose ante el espejo los ricillos de las sienes, que siempre tenía alborotados al salir de la cama".
Guy de Maupassant, Bel Ami