vividos, viajados o sencillamente imaginados






sábado, 30 de abril de 2011

loa




















Desde la carretera que viene de Huesca no es más que una gran peña, una más de las que se escalonan sobre el llano hacia la sierra. Poco después, pasado el pueblo de Loarre, la trampa del ojo deja de ser trampa, la naturaleza y la arquitectura han hecho un agradable pacto de vecindad, tan bien avenidas que cuesta ver dónde termina la roca y dónde el muro.















Resulta complicado disfrutar este estuche de arte con pose de erudito, el detalle se despista entre las altas voces de las piedras que obligan volver la vista a tiempos pasados (idealizados sin embargo o por ello). Esta simple e inevitable evocación romántica es la última y eterna victoria del castillo.











Si la carestía absoluta de nuevas impresiones le lleva entonces a recogerse dentro de si y a alimentarse de las que se le agolparon antes en sobrado número para gozarlas y esprimirlas debidamente, una predominará sobre todas, pintándose en su fantasía con los mágicos colores de la visión, con las flotantes y aéreas formas de los sueños. Vio un monte coronado por una de esas tajadas moles parecidas a una fortaleza, trepó la aspera pendiente y la peña, como si se abriera por encanto, le ofreció de repente un castillo más embelesador que los fabricados por obra de los genios. La naturaleza desafiaba los siglos desde lo alto de su inmóvil pedestal, los puntiagudos peñascos eran la diadema de su calva frente y las almenas de su no domada independencia. Vino el arte y le dijo "yo te adornaré y te fortaleceré", y se incrustóen la roca y creció cual yedra asido a ella y la domesticó como a fiero corcel encaramándose encima, y de las peñas unas terraplenó, otras encerró en la oscuridad.




Una cerca de desmoronados torreones rodea el castillo y la cúspide del monte a manera de collar de engarzados camafeos, descendiendo amorosamente hacia el lado de la subida como sobre el pecho de una virgen."




Jose María Quadrado, Recuerdos y bellezas de España

domingo, 17 de abril de 2011

paisaje de un hombre joven



Por entre esas rosas con más espinos que pétalos corre un camino en el que aún se revuelve un regusto de juventud prolongada en el balneario a la taza de la fuente de Juvencio, a sabiendas que esa juventud no es eterna, sólo algunas veces tan larga como la vida y siempre a costa de cortar y acortar ésta. Como el resumen de un libro.












"Cuando hojeo los libros míos, ya viejos, me da la impresión de que muchas veces, como un sonámbulo en completa inconsciencia, he andado por la cornisa de un tejado, a riesgo de caerme, y otras, me he metido en caminos llenos de zarzas, en donde me he arañado la piel.





Esto lo he hecho casi siempre con torpeza; a veces con cierta gracia.


Todas mis obras son de juventud, de turbulencia, quizá de una juventud sin vigor, sin fuerza, pero obras de juventud.







Hay en mi alma, entre zarzales y malezas, una pequeña fuente de Juvencio. Diréis que el agua es amarga y salitrosa, que no es limpia y cristalina. Cierto. Pero corre, salta, tiene rumores y espumas. Eso me basta. No la quiero conservar; que corra, que se pierda. Siempre he tenido entusiasmo por lo que huye".

Pío Baroja, Juventud, egolatría


domingo, 3 de abril de 2011

caricias mil



Es lo que espero de este abril, un mes que tiene por buena costumbre ser generoso conmigo. Me ha traído tanto... y no porque mis abriles se arracimen ya en unas cuantas décadas. De este abril abierto siempre caprichoso quiero sus mil caricias, sus mil contrastes, sus mil sorpresas.





"Acabamos de inaugurar abril, ese mes que dilata los altos sueños. Estamos a la puerta de la Semana Santa, semana (...) en que todos van de aquí allá (...) simplemente para encontrar descanso en nuevos cansancios.

Abril (...) Ni carne ni pescado. Se sofoca uno al sol y se tiembla a la sombra. (...) Abril es un mes loco. Se quita uno el chaleco y añora la bufanda. Le pediríamos a abril un poco más o un poco menos.

(...) Abril y mayo son como dos grandes prólogos donde los chaparrones y los últimos fríos semejan eternas erratas a las que nunca nos sabemos acostumbrar. (...) En la revolución de abril, sobre el asfalto de la ciudad, los cafés se han echado a la calle y ya aparecen los primeros terracistas; (...) esa que proclama la explosión primaveral con un traje ligero y precursor, jugándose la vida como la heroína intrépida de una causa que aún no ha triunfado.

(...) Abril, mes indeciso, avanza hacia la mitad de su reinado. Su monarquía está entre el imperio del invierno y la república estival.

Abril es un extraño pez que no nos dice nunca cuál es su verdadera agua".


César González-Ruano, Caliente Madrid. Antología arbitraria.