vividos, viajados o sencillamente imaginados






martes, 27 de mayo de 2008

universo a escala

Los mercados son agradables. El del Val aún transmite el aire de familia de los clientes y los puestos de toda la vida. Su aspecto es modesto pero se le adivina el orgullo de haber sobrevivido a los derribos que terminaron con casi todos ellos.



“Me gustaba el mercado por fuera, con su aglomeración de obreros, meretrices, encantadores de serpientes, exploradores apócrifos que vendían productos exóticos y montañeros igualmente apócrifos que habían bajado de las cumbres saludables con el caramelo de los Alpes para la tos. (…) Un viaje alrededor del mercado, pues, podía ser como un viaje alrededor del mundo...

No me regía ya, dentro de la galaxia confusa y olorienta del mercado, por las leyes de la deuda, la trampa y el precio, sino por la ley más implacable del amor, a pesar de lo cual siempre temía encontrarme a la chica por algún sitio, pues a ella, a media mañana, le gustaba darse un paseo por todo el mercado saludando a los otros tenderos y recibiendo el homenaje macho y vegetal de los hortelanos: haciendo, en fin, un poco de vampirtismo en aquel mundo que era su reino, un reino de frutas, lenguados muertos, corderos como víctimas y comadres como brujas.(…)



Y el mercado… se fue transformando así en el lugar de mis sueños, y las frutas se encendieron como luces, y los pescados se volvieron de plata, y las naranjas de oro, y la carne era como un tributo sangriento a mi diosa, y todo era una fiesta donde los vegetales perfumaban intensamente, los panes eran panes de oro y los quesos eran eunucos que codiciaban a mi reina, presos en sus vitrinas de cristal".



Francisco Umbral, Las Ninfas


viernes, 23 de mayo de 2008

la vía láctea

La Vía Láctea de Buñuel es una peculiar crónica del peregrinaje. Estos viajes suelen amenizarse con historias y anécdotas teñidas de picardía y frivolidad, al modo de los Cuentos de Canterbury.
Pero Buñuel prefiere un camino menos llevadero, con un hilo conductor que resulta incluso indiferente o lejano. No cabe duda de que trasladar a la pantalla un manual de herejías es arriesgado.
De todas maneras, nunca lo será tanto como la decisión del peregrino, cuando no sabe qué flecha seguir.



"Algunos sueñan en un universo infinito, otros nos lo presentan como finito en el espacio y en el tiempo. Heme aquí entre dos misterios tan impenetrables el uno como el otro. Por una parte, la imagen de un universo infinito es inconcebible. Por otra, la idea de un universo finito, que dejará algún día de existir, me sumerge en una nada impensable que me fascina y me horroriza. Voy de una a otra. No sé".


Luis Buñuel, Mi último suspiro

sábado, 17 de mayo de 2008

será


“Será uno de esos días en que la primavera vendrá de la peluquería muy planchada y brillante, con olor desparramado de lociones de jazmín y de violeta. El sol se habrá hecho cilindros de oro en los bocks de cerveza, y los tejados, lavados de las últimas lluvias, tendrán un áureo reflejo sobre su rosa cocido.



El humo de las chimeneas será blanco y rizado, y habrá golondrinas primerizas y nubes espumosas, trayendo espejismos de mar a la ciudad interior, tan apretada de llanuras hoscas… Del entierro del invierno llegarán señores serios con la grave etiqueta del sombrero de paja, aún anémico de la falta de sol de la fábrica reciente.


Los aeroplanos querrán imitar a las golondrinas y volarán tan bajos que se verá a sus tripulantes sonreír alborozados, y los tranvías reestrenarán sus jardineras y las mujeres sus abanicos de majas y toreros.
Las campanas habrán perdido su seriedad y darán muchas volteretas en los campanarios, y los relojes se dormirán dando las horas, y a las doce darán las veintisiete con mucha prisa…”


Felipe Ximénez de Sandoval, Tres mujeres más equis




Un algo de escritura más o menos escondida, que nos han escondido, tal vez.
Es fascinante esa fluidez, vitalidad y frescura que se marcaban en los años veinte. La ciudad tomada por la modernidad: los aeroplanos, la fábrica y la cerveza (como que el vino quedaba muy de pueblo). Con ecos de la ciudad automática de Camba, con su deje de futurismo: pero en versión castiza ¿eh? que no nos quiten la fuerza y el ritmo de cada estación.

lunes, 12 de mayo de 2008

belle de jour



Gerona tiene ecos del Jardín del Edén.
Está cruzada por cuatro ríos, como los del Paraíso.
Perfecta para guardar el tapiz de la Creación.



Gerona me evoca a Florencia, allí por donde la cruza el Arno, más que a Venecia (como dicen). En cualquier caso en Gerona sólo se ve Gerona, toda esplendor mediterráneo. Hoy mismo hablábamos de ella, digna del reconocimiento de Patrimonio Mundial, que tal vez ni siquiera necesite. Gerona es consciente de su belleza, aunque sólo se lo digan entre susurros o quede en pensamiento inconfesable.


“A primera hora de la mañana, cuando voy a la universidad, encuentro, a veces, señoritas con mantilla, devocionario, rosario y un círculo morado en los ojos –una de ellas con los ojos negros y los cabellos grises-. Estas apariciones me hacen pensar en Girona, hacen surgir ante mis ojos la vida matinal y beata de aquella ciudad. En virtud de un mecanismo desconocido por mí, uno, en mi espíritu, lo que hubiera deseado hacer y no me he atrevido a hacer –o sea, la clandestinidad- con Girona. Las piedras viejas fueron siempre para mí, un poco afrodisíacas. Pienso en las tazas de chocolate con bizcochos que toman las señoras al regresar de misa y en muchas otras cosas –en el posible deseo permanentemente insatisfecho de estas señoritas devotas, de aspecto dulce y tonto, pero quizás eficaz”.

Josep Pla, El cuaderno gris

jueves, 8 de mayo de 2008

cuentos para salir del paso

Cada cierto tiempo vuelvo a estos parajes de la niñez. Por entonces para llegar a La Carolina (aún era La Peñuela en la época en que se ambienta el libro) había que soportar eternas caravanas de camiones, imposibles de adelantar en el tortuoso paso de Despeñaperros. Mientras miraba las extrañas formas de la montaña, me acompañaban los bandoleros, el Salto del Fraile, el castillo de las Navas de Tolosa en forma de breves cuentos que según escuchaba se instalaban en el terreno de mi fantasía.
Por eso Jan Potocki hoy me parece el eco de aquella voz familiar cuando me narra, en el mismo escenario, nuevas historias extraordinarias.


“El conde de Olavídez no había establecido aún colonias de extranjeros en Sierra Morena; esta elevada cadena que separa Andalucía de la Mancha no estaba entonces habitada sino por contrabandistas, por bandidos, y por algunos gitanos que tenían fama de comer a los viajeros que habían asesinado. De allí el refrán español: Devoran a los hombres las gitanas de Sierra Morena. Y eso no es todo. Al viajero que se aventuraba en aquella salvaje comarca también lo asaltaban, se decía, infinidad de terrores muy capaces de helar la sangre en las venas del más esforzado. Oía voces plañideras mezclarse al ruido de los torrentes y a los silbidos de la tempestad; destellos engañadores lo extraviaban, manos invisibles lo empujaban hacia abismos sin fondo.

A decir verdad, no faltaban algunas ventas o posadas dispersas en aquella ruta desastrosa, pero los aparecidos, más diablos que los venteros mismos, los habían forzado a cederles el lugar y a retirarse a comarcas donde no les fuera turbado el reposo sino por los reproches de su conciencia, fantasmas estos con los cuales los venteros suelen entrar en componendas”.

Jan Potocki, Manuscrito encontrado en Zaragoza

domingo, 4 de mayo de 2008

hipervínculos

Contundente Larra ante un hombre monumental. Lo podría haber firmado Quevedo (tantos puntos en común: hoy Quevedo tendría su columna en un periódico).
Vuelvo a Larra: me ha llevado por donde ha querido. Como él, yo creía pasear por Mérida.
Lógica arqueológica: el rodeo es obligado.

“Mi cicerone era una verdadera ruina, no tan bien conservada como las romanas; sus piernas se plegaban en arco, como si el peso de la cabeza hubiese sido por mucho tiempo oneroso a la base del edificio; sus brazos pendían también como dos arcos laterales cuyo pie hubiesen carcomido dos ramales de un río, que hubiesen lamido por muchos años los costados del hombre. La cara hubiera dado lugar a las más graves investigaciones de una academia: semejante a una moneda largo tiempo enterrada, y tomada a trechos del orín y de la tierra, sus facciones estaban medio borradas, y ora parecían letras en estilo lapidario, ora vistas a otra luz semejaban algo un rostro humano maltratado por la intemperie o la incuria de sus guardianes. La fecha no se conocía, y aquel fragmento podía ser de varias épocas. Su desigual cabello, blandamente meneado por el viento, remedaba esa hierbecilla que por entre cornisas y coronamiento de una torre antigua hace nacer la humedad; sus dientes eran almenados, y la posición inclinada del cuerpo todo, fuera al parecer del centro de gravedad, le hacía parecer una pared que comienza a cuartearse, cuyas grietas hubiesen sido la boca y los ojos, y me trajo a la memoria la célebre torre de Pisa.”



Mariano José de Larra, Las antigüedades de Mérida